Adquirir y disfrutar de un producto de Apple, aparte de brindarnos una maravillosa oportunidad de disfrutar de la más moderna tecnología o del diseño más innovador, nos brinda también otra oportunidad no menos importante: la de conocer gente.
Las marcas tienen algo muy claro en mente: hay que fidelizar al público y a los clientes. Apple siempre ha tenido eso en cuenta, gastándose e invirtiendo muchísimo talento en la “evangelización” de su marca alrededor del globo, mostrándose como una empresa cercana, afable y en cierta manera, “amiga”. Sus campañas de marketing, sus anuncios y sus promociones en publicidad, intentan ser cercanas y directas con el usuario, sinceras y atractivas. Apple siempre ha querido venderse de cara al público como una empresa con la que puedes dialogar y hablar. Como una empresa en la que puedes formar parte de ella si compras alguno de sus productos. Dicha táctica de fidelización (o de captación de clientes), siempre me ha parecido muy efectiva (no obstante, estamos hablando de una maniobra publicitaria y de mercado), pero a la vez, tremendamente sincera.
Comprar un producto de Apple, si se sabe lo que se está haciendo y adquiriendo, y no guiándonos por lo que haga o deje de hacer el vecino de al lado, es todo un ritual que a buen seguro, compartís muchos de los lectores de la sección. Cuando un dispositivo, programa u ordenador de Apple sale al mercado (la gran mayoría de las veces, incluso antes) nos desganamos buscando información, comparando características, comentando o incluso criticándolo. Asimilamos que es aquello que Apple y Steve Jobs nos muestras, y a partir de ahí, decidimos. Elegir un iPod o un Mac, no es tarea sencilla, pero es bastante gratificante. El poder elegir, es ya todo un lujo. Apple siempre intenta poner a tú disposición aquello que deseas o por lo que te interesas, ofreciéndote algo que muy pocas compañías (por no decir ninguna) tiene: la figura del vendedor cercano.
Cuando entramos en una Apple Store, o en un punto autorizado por Apple para la distribución o venta de sus productos, Apple nos deja probar, mirar, sopesar e investigar aquello que vamos a comprar. ¿Quién no ha visto a esos enormes tumultos de personas interesadas delante de las mesas donde se exhiben y muestran los ordenadores o dispositivos de la empresa de la manzana? Se nos brinda la oportunidad de probar de primera mano, lo que queremos comprar. Además, por si fuera poco, y si hemos tenido la suerte de poder tratar con alguno de los vendedores y asistentes de la firma, nos daremos cuenta de otro de los factores decisivos a la hora de valorar el trato de Apple como ente con su público y clientela: la cercanía de los profesionales.
El comprar un iPhone, un Mac o un iPad en un punto autorizado u oficial por Apple, es como hacerlo directamente en un entorno familiar y amigable. Poder comentar y dejarse aconsejar por verdaderos profesionales (o evangelizadores, según los más críticos con este sistema), es todo un lujo al alcance de muy pocas empresas informáticas.
Pero vayamos un poco más lejos con este ejemplo. Y es que lo viví en mis propias carnes, hace unos días, y la verdad, se ha vuelto a repetir hace bien poco. Me encontraba en uno de los espacios reservados para Apple por una de las más importantes cadenas de almacenes de nuestro país. Estaba comprobando de primera mano las bondades del nuevo MacBook Air. Dejándome querer por el portátil. Cuando estaba allí, con la oreja puesta a los recién llegados (que hablaban del nuevo iPad y de su pantalla), me fijé en que había un usuario que se encontraba casi en mi misma situación, y que se reía bastante con algunos comentarios del gentío que se arremolinaba en las mesas donde se exponía el tablet de Apple. La escena parecía sacada del inicio de 2001: Una odisea en el espacio, con decenas de personas cogiendo y moviendo el iPad como si de un atrayente monolito se tratase. El chico que estaba a mi lado, y que parecía seguir en sus propios menesteres, soltó un comentario por lo bajo bastante socarrón, con el que acto seguido (y tras disimular un poco mi reacción al ver la cara del objetivo de dicho dardo verbal), acabé por los suelos descojonado de risa. Intercambiamos un par de miradas, y nos pusimos a charlar. Sin conocernos de nada. Sobre Apple, sobre las características de tal producto. Sobre aplicaciones para nuestro iPhone (que sacamos de nuestros bolsillos y los acercamos el uno al lado del otro como si de dos Furbies se tratasen), y sobre páginas o webs de interés donde estar al tanto de todo.
Nos tiramos un buen rato intercambiando impresiones, y la verdad, es que fue una experiencia bastante interesante. El siguiente ejemplo, lo vivo día a día con vosotros. En nuestra página en Facebook, comentáis, preguntáis y os interesáis por todo lo que rodea al mundo Apple. En más de una vez he podido charlar con vosotros, contestando y resolviendo las dudas que posteáis. En esos momentos, me siento como en una pequeña familia o en un grupo de amigos. La cercanía que envuelve a Apple y sus productos, lo repito, es abrumadora. Es como formar parte de un todo. Otro de los casos, siendo este mucho más reciente, ocurrió cuando un amigo me llamó para acercarnos a una tienda de telefonía para preguntar por algunas tarifas. Todo iba bastante bien, siendo mi amigo atendido por un amable vendedor, hasta que recibí una llamada en el iPhone, y contesté. Terminé pronto, y me disponía a guardar el teléfono, cuando el vendedor, me preguntó si estaba contento con el terminal. Obviamente, aquello fue el primer paso de una buena charla, donde nos quedamos los dos hablando largo y tendido sobre el móvil de Apple. Muy pocas veces se da ese tipo de buen rollo alrededor de una afición. Y menos en un mundo tan fragmentado y dividido como el de la informática y la tecnología, donde muchos dicen saber conociendo bastante poco.
Cuando terminó nuestro coloquio, y salimos de la tienda, mi amigo se acercó y me preguntó: “¿Lo conoces de algo?” “No, pero es como si lo conociese de toda la vida.” Lo que une Apple en la Tierra, no lo separa ni Jobs.
Alberto González